Casco de curri, cable de electroduende y cuerpo marino

curris_trabajando

Un texto de @Ricardo_AMASTÉ,
sobre cultura del trabajo y comunidad,
publicado en el libro ‘Manual de emergencia para prácticas escénicas. Comunidad y economías de la precariedad’ (Ed. Continta me tienes) en marzo de 2014,
escrito en julio de 2013
a partir de la experiencia en ‘La comunidad imposible ¿A qué estamos jugando?’, sucedida en Valencia entre el 11 y 16 de diciembre de 2012.

Aquí puedes descargarte el texto en pdf.

Dedicado a mi amiga Marga Iñiguez.


Somos toda una generación la que crecimos sabiendo que tras las paredes de nuestras casas, más allá del agujero en el zócalo y de la grieta, se abría todo un universo paralelo, de ratones y cucarachas, pero también de Electroduendes, Curris, Fraggles… (sí, también me acuerdo de Los Diminutos, aunque preferiría olvidarlos). Pequeños seres catódicos que acompañaron la conformación de nuestras mentes, cuando aún solo teníamos dos canales y había carta de ajuste. Sé que una parte importante de las sinapsis de mi cerebro se activan gracias a ellos, ayudados ahora por los invertebrados Bob Esponja y Patricio y los lisérgicos Finn y Jake… Casi todo chicos ¿pero qué pasa con la perspectiva de género en la programación infantil? Sin entrar en el nicho de los dibujos ‘para ellas’, sólo a Dora la Exploradora se le permite liderar su propio programa, mientras Arenita o toda la corte de princesas de Hora de Aventuras ocupan papeles secundarios… Esto daría para otro capítulo de ¿A qué estamos jugando?, pero quiero centrarme en otra de las pandemias derivadas de la sociedad heteropatriarcal en la que vivimos y que ocupó un espacio central en el encuentro de Valencia: el hacer / no-hacer / des-hacer, la producción, el trabajo.

Episodio 1: Fraggle Rock ‘Trabajo, trabajo y trabajo’


Vamos a jugar

tus problemas déjalos.
Hay que trabajar
no podemos descansar.
Para disfrutar, ven a Fraggle Rock.

Varias veces me vino a la cabeza Fraggle Rock estando en Valencia. Ya desde su sintonía se planteaba la dicotomía entre ocio y trabajo, entre dos especies, ambas en relación simbiótica, ambas satisfechas de su condición, sin conflicto social aparente. Por un lado los hedonistas Fraggles, dedicados a jugar, a cantar, a disfrutar de la vida de forma despreocupada. Por otro, los Curris, con vidas dedicadas al trabajo y la industria. Los primeros se comen los edificios y estructuras que los segundos construyen sin parar, a base de rábano.

Los Curris son pequeñas criaturas verdes, ataviadas con cascos de construcción, botas y cinturones de herramientas. El orgullo por el trabajo bien hecho y en cooperación, es lo que cohesiona una comunidad que no deja ningún espacio para la expresión y el desarrollo individual. No hay disidencia en el trabajo, no existen otras posibilidades. Deber, orgullo, culpa, placer.

Trabajando unidos se trabaja mejor,
construiremos más torres, ese es nuestro deber,
un deber que en los Curris es más bien un placer.

Sobre una de esas disidencias se centra el episodio ‘Trabajar, trabajar y trabajar’, uno de los pocos de todas las temporadas de la serie protagonizado por un Curri, o mejor, por una Curri, por Berbiquina. La trama se centra en el rito transicional a la edad adulta de una promoción de Curris. Un rito que consiste en un juramento y en la imposición del ‘casco de obra’. El patriarca, el Curri Arquitecto, entona una canción, en la que participan quienes van a hacer el juramento y el resto de la comunidad, renovando sus votos. Entre el coro de misa, la marcha militar y el himno revolucionario. Lobotomía pegadiza. ¡Funciona, vaya que si funciona!

http://www.youtube.com/watch?v=uVzeE5sdL9A

¿Cuándo vais a trabajar vais a disfrutar?
Con esfuerzo, con tesón y sin descansar.
¿Cantaréis y construiréis con nuestra canción?
¡Si señor, si señor, SI SI SI SI, SI SEÑOR!

¿Hace un Curri el payasón en la construcción,
pierde el tiempo al trabajar, falla en su misión?
¿Es un Curri un holgazán, es un dormilón
pierde el tiempo sin razón o se hace el remolón?
¡No señor, no señor, NO NO NO NO, NO SEÑOR!

¿Construiréis de sol a sol? ¿Somos todos compañeros?
¿Es del Curri el porvenir?
¡Si señor, si señor, SI SI SI SI, SI SEÑOR!
¡¡SI SI SI SEÑOR!!

Berbiquina tiene una crisis de identidad, se rebela, rechaza el casco, abandona la comunidad… Quiere ser una Fraggle. Al final, regresa, descubre que ella no es como los demás Curris, le gusta dibujar. Pero no es una artista, ella es arquitecta, el espíritu libre -pero productivo-, que toda generación Curri necesita para saber qué construir. Así, la supuesta disidencia no hace sino reafirmar y reforzar el modelo. Suele pasar…

Y es que ¿queremos ser Fraggles pero nos compartamos como Curris? En nuestra sociedad ¿la diferencia entre especies es una diferencia de clases? ¿Nos relacionamos de manera simbiótica o depredadora y de sometimiento? ¿Es nuestra naturaleza o cuestión de educación y tradición? ¿Elogiamos la pereza pero incluso al hacerlo, lo hacemos de forma productiva? ¿Son los Curris unos antiFraggles? En realidad, la leyenda dice que un Curri que no-hace, se convierte en un Fraggle… ¿Nos atrevemos a no-hacer?

Quizá el truco sea hacer caso a la sintonía de Fraggle Rock. Dejar de hacer el juego, para realmente atrevernos a JUGAR. Jugar a su juego y al nuestro y a otros que nos inventemos juntas.

Apéndice para el Episodio 1:

Episodio 2: Los Electroduendes ‘Donde se prueba que la felicidad no está mal, pero que es mejor trabajar hasta reventar’


Pero el juramento de los Curris no deja de inquietarme. Resuena en mi cabeza con su brutal franqueza, con ese naturalizado y alegre autosometimiento, tan parecido al de la mayoritariamente victimista y culpabilizada realidad hegemónica. Por eso, después de meterme una sobredosis de buenroyismo muppet, he recurrido al electroshock.


No somos revolucionarios,
s
ólo queremos ser explotados por un empresario.

¡Quiero contribuir al progreso levantando grandes pesos!
No somos revolucionarios,
sólo queremos que nos impongan un horario,
aunque no nos paguen un salario.
¡Tenemos derecho a trabajar hasta acabar maltrechos!

Y es que, debió ser por la teoría de las cuerdas, por un complejo sistema de paradojas, o por un plan conspiratorio urdido por no sabemos quién; que a mediados de los 80, dos grupúsculos de marionetas coincidieron asaltando nuestras televisiones en horario infantil (sí, también me acuerdo de Los Aurones, aunque preferiría olvidarlos), para promover el bien común frente al creciente clima neoliberal. Una lucha de guerrillas con distintos fundamentos filosóficos y objetivos: desde un capitalismo cristiano americano tratando de contener sus propios demonios; y desde un ciberpunk anarco comunista estatal postransicional, que intentaba que el mundo aun pudiese ser otro.

Los Electroduendes, habitantes distópicos de La Bola de Cristal, fueron un verso libre que arremetía con sátira despiadada contra el consumo, la banca, la política, la religión; contra todo lo instituido, contra el capitalismo en todas sus formas, contra el Corte Infiel y la Caja de Ahogos y Tensiones, contra la civilización des-humanizante y el progreso des-emancipatorio. Sus protagonistas -la Bruja Avería, la Bruja Truca, el Hada Vídeo, Maese Cámara y Maese Sonoro (sí, hasta en cuestiones de género Los Electroduendes sabían lo que se hacían)-, des-montaban la actualidad y la re-mezclaban con cuentos tradicionales para hackear nuestros cerebros… Quizá es ahora cuando sus des-enseñanzas están cristalizando.

Sin finales felices, sin perdices, sin clavo ardiendo al que agarrarse; en sus historias triunfaba el mal, se imponía el capital. La Bruja Avería, rayo en mano, gripaba sin parar a quien se le ponía por delante. Los Electroduendes nos situaban en un mundo apocalíptico y nos enfrentaban a la celebración nihilista de nuestra autoaniquilación y de la destrucción del medio. En muchos episodios revelaban la cara oscura de la apuesta por el progreso, los bienes de consumo, el crédito; las consecuencias de la victoria de lo superfluo sobre lo necesario, del liberalismo sobre la libertad, del trabajo asalariado sobre la reciprocidad de la vida en comunidad.

– AVERÍA: Ánodos, cátodos y badajos, nada hay más sagrado que el trabajo, sobre todo si es a destajo. Reóstatos, reóforos y cerezas, ésta es la fuente de toda riqueza y el símbolo de la humana naturaleza. Hemos abolido la pereza: en doce horas de trabajo este obrero fabrica mil piezas y eso sin necesidad de usar la cabeza. Y en sus ratos libres duerme, llora y reza. ¡Viva el salario! ¡Viva el calvario! Ja, ja, ja ¡Qué mala, pero qué mala soy!

– AMPERIO: Es la ley del libre mercado: yo le doy un salario y usted me da su salud, su tiempo y su sudor diario. Es un gesto, por supuesto, voluntario. Porque, recordadlo bien, ¡sois libres! Podéis respirar el humo de la fábrica sin restricciones, intoxicaros con las sustancias que manipuláis y exponerosa los escapes radioactivos que sin duda se producirán. Sólo una cosa os estará prohibida. Fumar. Porque como sabréis nuestra libertad acaba donde comienza la de los demás. ¡Viva la economía liberal! ¡Viva el capital!

– SONORO: ¿No sientes como se desarrolla en nosotros la humanidad.

– VÍDEO: ¡¡Zoy ezclava de la libertad!!

Pero frente a la toma de medidas violentas y respuestas por la fuerza, adoptando el lenguaje del poder, Los Electroduendes nos animaban a leer como dispositivo frente a la barbarie y la intolerancia; nos encaminaban hacia la resistencia no-violenta y propositiva del des-aprender y el des-hacer. Nos invitaban a re-conocernos en nuestra propia naturaleza.

Yo no soy civilizado, no quiero ser desdichado
No me gusta trabajar, prefiero holgazanear.
No tenemos ni policía, ni ministro de economía,
y de este modo la vida es pura poesía.
Como no existe el capital, amarse es lo natural. 

Apéndice para el Episodio 2:

Epílogo: ‘Un mundo común’


Mientras termino de reunir piezas para este artículo, cae en mis manos el nuevo libro de Marina Garcés, ‘Un mundo común’ (Ed. Bellaterra, 2013). Un acercamiento filosófico a todo esto del pro-común y la comunidad. Lo he subrayado tanto que ahora tengo que jugar a des-subrayarlo.

Casi termino con esta cita:

La cultura no es un producto o un patrimonio. Es la actividad significativa de una sociedad capaz de pensarse a si misma. Es la posibilidad abierta de pensarnos con los otros. ¿Cómo darnos esa posibilidad? Esta es la pregunta con la que cultura y política vuelven a encontrarse. Y se encuentran no para neutralizarse sino para redefinir simultáneamente los lugares de lo político y de lo cultural.

Pero como lo que me llevó a Valencia fue una cierta promesa o llamamiento de(sde) lo corporal, cierro con esta otra:

La necesidad de pensar el vínculo obligatorio entre los cuerpos como la condición para repensar hoy la comunidad.
¿Y si los cuerpos no están ni juntos ni separados, sino que nos sitúan en otra lógica relacional que no hemos sabido pensar?