El futuro de la Economía Colaborativa ¿Utopía o distopía?

 

Artículo publicado originalmente en la XI Guía de Innovación de Estrategia Empresarial, “Una mirada al futuro”.


Si la economía consiste en poner los medios para satisfacer las necesidades humanas mediante los recursos existentes, la Economía Colaborativa nos propone hacerlo conectando agentes y poniendo a disposición los recursos de forma distribuida. Un modelo económico que favorece el acceso y el uso frente a la propiedad. Algo que siempre ha estado ahí, pero que ahora se ha hecho técnicamente viable de forma escalada a través de plataformas de intermediación. Plataformas que permiten conexiones e intercambios entre individuos de forma masiva, gracias a la facilidad de agregación de datos posibilitada por las nuevas tecnologías.

La Economía Colaborativa está compuesta por actividades de carácter diverso, que van, de la generación de conocimiento abierto y la producción P2P (software y hardware libre, diseño y metodologías abiertas, cultura maker), hasta las finanzas compartidas (microcréditos, crowdfunding o social lending), pasando por el vasto campo del consumo colaborativo (que incluye la puesta en circulación de todo tipo de activos infrautilizados como casa, coches, objetos, tiempo, servicios).

Del Couchsurfing a Airbnb, del altruismo al negocio

La Economía Colaborativa surgió como un modo de optimizar recursos, de producir y consumir de forma colectiva, distribuida y orientada al bien común. Pero lo que en principio pretendía ser alternativa frente a un capitalismo cada vez más salvaje, rápidamente se está viendo en gran medida tergiversado y reapropiado por el sistema.

Del acogedor sofá en casa ajena vía Couchsurfing, con una importante base relacional y de comunidad internacionalista en red, se da el salto al mayor operador de alojamiento temporal distribuido que es Airbnb, que logra poner en jaque al sistema hotelero tradicional (del mismo modo que en su momento Napster hizo tambalearse y redefinirse al mercado musical), a la vez que se convierte en punta de lanza de procesos de turistización y gentrificación desregularizados.

Una vez más se confunden economía y negocio. Lo que tenía una base altruista y de relación entre pares, deriva en nuevos nichos de mercado diversificados en forma de apps. Todo un ejército de tan emergentes como perecederas startups, que aspiran a captar un número suficiente de usuarias que las hagan atractivas para ser compradas por grandes corporaciones, centralizándose así de nuevo el mercado. Un mercado transnacional que naturaliza la empresarialización de la vida como deseable vía de futuro.

La Economía Colaborativa en su faceta capitalista, plantea un modelo de vida en el que, frente a la decadencia del empleo y el salario como mecanismos de organización y control social, todo esté cada vez más mediado por el dinero, aunque sea en cantidades ínfimas. Cada persona se convierte en agente de mercado autoexplotado, instrumentalizando para ello todos los recursos propios a su disposición. Una habitación vacía, una plaza del coche desocupada, una colección de cómics que ya no lees, la ropa que a tu hija se le ha quedado pequeña… Todo se mercantiliza. Todo puede entrar en la esfera de lo valorizable y rentabilizable. Toda relación es una transacción. ¡No debemos permitirnos perder ninguna oportunidad! Y las plataformas nos ayudan a ello, a cuantificar y monetizar todas nuestras relaciones sociales. Mientras tanto, sus dueños, minimizan costes, externalizan la inversión, maximizan el beneficio.

Remezclando economías para ponerlas al servicio de las personas

Pero la Economía Colaborativa quizá aún pueda recuperar su germen transformador, que en origen buscaba el beneficio distribuido y el desarrollo del sentimiento comunitario. Para eso, más allá de adoptar la etiqueta “Economía Colaborativa”, es necesario que avancemos hacia verdaderas sociedades colaborativas, menos individualistas y competitivas, más cooperativas, más basadas en las personas viviendo de manera sostenible e interdependiente.

La Economía Colaborativa debe recombinarse con otras economías, buscando un marco común. Desde un punto de vista de sistema de valores, modelos relacionales y organizativos y de impacto positivo sobre las personas y el entorno, puede interactuar con la Economía Social y Solidaria y con la Economía Fenimista, que atiende a la necesidad de equilibrar las esferas productiva y reproductiva y la cuestión de los cuidados. Y desde un punto de vista de cambio de modelo productivo, modelos de negocio, cadenas de valor y ciclo material, la Economía Colaborativa puede remezclarse con la Economía Directa (o P2P), que propone un modelo basado en el conocimiento y competencias en red, infraestructuras libres y producción situada; así como con el espíritu permacultural basado en los ciclos de la naturaleza, que de maneras más o menos similares proponen las economías Azul, Circular o Regenerativa.

Reconectarse con la vida desde la ecosinuestra

Cuando Morpheus explica Matrix a Neo, le da a elegir entre la píldora azul y la roja. La primera permite mantener el simulacro, pone un velo sobre lo que no se quiere ver. La segunda retira ese velo y te enfrenta a la realidad; una realidad de la que eres agente activo corresponsable, ya sea para legitimarla y perpetuarla o para comprometerte en su transformación.

Ese momento de elección de Neo, es ahora nuestro momento. En plena época de transición, desde el capitalismo manierista, desde el desarrollismo tecnológico ultra-acelerado, desde el Antropoceno. Es el momento de elegir, de tomar partido ¿Hacia dónde? ¿Qué camino tomar? ¿Queda alguna posibilidad de salir de la rueda? ¿Hay alternativas? Y si es que sí ¿cómo lo hacemos juntas?.

Frente a la utopía distópica neoliberal, que nos quiere conectadas, pero individualizadas y alienadas, necesitamos reconectarnos con la vida, con las comunidades localizadas y en red. Para eso, las iniciativas de la Economía Colaborativa, en lugar de hacer un uso extractivo abusivo e instrumental de las personas, los datos y los recursos existentes en cada contexto, deben ponerse al servicio de las comunidades, formar parte de ellas.

Los marcos regulatorios tienen que -coartando lo mínimo las posibilidades derivadas de la creatividad y la innovación-, evitar situaciones de desequilibrio, desigualdad, dependencia o indefensión entre las partes implicadas.

Las tecnologías que sustentan las relaciones e intercambios deben ser libres. Para ello, sacando el mayor partido a los avances tecnológicos, necesitamos alcanzar un mayor grado de soberanía en el entorno digital y entre otras cosas, llegar a adoptar la programación como un nuevo lenguaje; pero primero, ser más conscientes de la información que generamos y compartimos, de los permisos que damos, y entender que “si algo es gratis, es porque tu eres el producto”.

Las personas no debemos dejar que nuestra condición como ciudadanas sea reducida a la de prosumers (productores y consumidores) o meros clientes. Y tenemos que responsabilizarnos mucho más de los efectos colaterales de nuestras transacciones y externalidades.

En definitiva, el futuro es atrevernos a actuar en claves de auzolan, empoderarnos en las tecnologías libres y avanzar hacia una Ecosinuestra Colaborativa.